Es increíble poder encontrar esas pequeñas situaciones en las que nos miramos en el espejo y vemos todo el camino que hemos recorrido. Como si sólo estuviéramos esperando el objeto o la suma de situaciones que nos ayudan a revelar una parte de nosotros de la que ya nos habíamos olvidado. De pronto podemos ser conscientes de todos los pasos, buenos y malos, que hemos tomado en la vida: pero viéndolos desde otro lugar desde el cual todo es más claro. En este caso, el espejo es un episodio de la nueva serie de Jerry Seinfeld.
Es sabido que nuestra vida se llega a regir por directrices que nosotros mismos construimos: reglas que escribimos a mano en nuestro inconsciente (muchas veces con 15 o 18 años). Con este pequeño video de Jerry y Kramer (que ahora actúan como personas normales) hay una extraña sinceridad que, en mi caso, me ha llevado a cavilar sobre una etapa de mi vida: cuando veía SEINFELD en los 90. Pero lo que aun es más extremo: las decisiones que de alguna manera tomé a través de las reflexiones de ese programa, por esa extraña forma de entretenimiento moralizador: esa extraña forma que tienen los norteamericanos de vender su moral y que nosotros, en este enorme bloque hispanoparlante, hemos adoptado y adaptado.
SEINFELD, el «show about nothing«, parece desnudarse en la pantalla. Michael mostrando de pronto su lado más vulnerable; liberando todas las emociones reprimidas durante todo este tiempo que Jerry, quien sólo esta tratando de hacer un fragmento cómico, no le ha marcado siquiera por teléfono. La risa forzada de Jerry se mezcla con la melancolía y nostalgia de un «triste payaso», su vecino durante 9 largos años, en una breve e inmortal escena en la que caminan de regreso del café: ya sin diálogos, ni ruidos, y sólo un suave jazz. Sin duda un momento mágico y revelador.
Michael le agradece a Jerry, de una manera extrañamente sincera, que le haya dado a «Kramer». Y durante toda la platica busca sus ojos, como si buscara su aprobación; mientras Jerry sigue tratando de buscarle lo cómico a la situación de Michael, intentando de mostrar lo mismo que él: aun podemos ser simpáticos, aun podemos ser alguien más. Pero en realidad vemos como, en el fondo, «Kramer» se convirtió en una cárcel, un «personaje universal» que no pierde su hipocresía (la hipocresía de toda mascara que se utiliza en el teatro, en el cine y la televisión). Jerry le vendió una reja, y una muy cara. No sólo no ha podido escaparse del personaje, si no que, nos confiesa, no disfruto mientras lo interpretaba.
De alguna manera Jerry tiene la misma maldición. No puede hacer sus rutinas cómicas y sus pequeños cortos de Cómicos, Coches y Café sin depender de su pasado. Como dijo Picasso: «Yo no soy más que un bufón público que ha comprendido su tiempo». De alguna manera estos son bufones que han quedado atrapados entre sus casas de Malibú y sus coches de lujo.
Pero este episodio tiene tres peculiaridades. Por un lado, es la primera vez que los personajes se atreven a olvidarse de las cámaras y los micrófonos. Por otro lado, esa sinceridad genera situaciones tan extrañas que parecen el producto de algo más que la casualidad (tanto así que el principio del episodio es acompañado de unas líneas donde se advierte esto). Finalmente, el coche. Una Combi de trabajo destartalada, para el coleccionista de Porsches, resulta psicológicamente reveladora.
Link al video:
http://comediansincarsgettingcoffee.com/michael-richards-its-bubbly-time-jerry