Para cuando Vicente Guerrero y Agustín C.D. de Iturbide se estaban reconciliando en Acatémpan, dándose un abrazo desesperado, los españoles ya estaban pasando por una de las crisis económicas más significativas. Los Reinos de España y su Paternalismo Comercial no estaban hechos para la Revolución Industrial. La independencia de México parecía más obra de los ingleses y los franceses que de los criollos y peninsulares que se quedaron, por alguna u otra razón, en el país. En el resto de Latino América no fue diferente.
Lo curioso es que al terminar el primer cuarto del siglo XIX se empezaría un extraño efecto domino, un efecto que nos llevaría de la independencia a la guerra civil, de la reforma a la dictadura, y finalmente, después de 150 años, cada uno de los países, y grupos de países de Latino America, empezarían a tomar caminos separados. O eso parece.
Pero algo nos ha quedado, como una mancha Indeleble. Y no es el centralismo, el indigenismo ni el catolicismo.
La independencia fue, más que otra cosa, un abandono. Dejamos de ser Rentables: por fin era más caro para los europeos combatirnos que explotarnos. Y todo porque allá (y acá) no se pusieron de acuerdo.
En este amargo chiste del azar y de la historia, por el que gracias al heroísmo mal encaminado quedamos (no hay porque negarlo) en una etapa oscura del sin-gobierno: nos dimos cuenta que necesitábamos una elite . Quien mejor que Simón Bolívar y Lucas Alamán para recordárnoslo.
Entramos por fin en un extraño torbellino de semántica y mascaradas: el lugar de la Élite lo empezaría a llenar cualquier avalentonado grupo de personas que consideraban (y siguen considerando!) que todo se reduce al «buen gusto» y los viajes al extranjero.
En México tuvimos inmediatamente a nuestro emperador Iturbide (valga la redundancia) con su grupo de seguidores, que no eran otra cosa que los que se quedaron con los negocios y las rutas comerciales de la colonia. Luego llego la «clase política»: la «Élite» parlamentaria que empezaría a disfrazare hábilmente con este atuendo hasta camuflajearse por completo -detrás de las instituciones que le copiamos a los europeos y americanos. Pero era tan efímera como tibia, y no oponía más resistencia que mantener el Status Quo (como aun en día lo sigue haciendo, y es una resistencia digna de Titanes: frente al cambio y el progreso). Por fin llegarían los Liberales a imponer el orden, el orden corrompido de un jacobinismo mal entendido. Y para no hacer el cuento tan largo tuvimos: cacique, masones,»campesinos» (si es que así se le dice a los terratenientes acomodados) y todos los grupos de burgueses que se mantuvieron cerca del poder, legitimados por toda clase de intelectuales con los que a veces se cambiaban de lugar.
Pero nunca tuvimos una Elite, una clase moral (o inmoral) que permaneciera constante: una tabula raza, un contra peso, una estructura. Y esto ha sido nuestra desgracia. Esta semana por fin entendí a los Conservadores que durante toda mi vida letrada (o desletrada) había aprendido a odiar. Lucas Alamán es nuestro Edmundo Burke.
Muestra de esto, de la indecisión y la ausencia de cabeza -de un poder que se quede cuando se van los presidentes y los legisladores con el tiempo y el dinero- es el hecho de que tenemos la Constitución más reformada del mundo. Nos ha faltado la constancia que solo el conservadurismo moderado puede dar.
No digo que nos haga falta una Corona, ni buscar el linaje de Moctezuma o de el Conde de Revillagigedo. Hablo de llenar un vacío con una clase significativa. Por supuesto todos van a levantar la mano! ¿Quién no quiere formar la Élite? La repuesta debería de ser: nadie. Porque sería irracional formar parte de la verdadera Élite. LA VERDADERA. Lucas Alamán pudo haber formado parte de esa Elite: tenia un cariño desinteresado por México, pero fallo. La Élite no tiene que tomar el poder, tiene que ganar la confianza de las personas. Y ha existido algo así, o existió: se llamaba caciquismo y fue el causante de la revolución: una guerra de feudos. Los estados de la república funcionaron, después de la reforma, como entes autónomos. La revolución no fue otra cosa que el intento desmesurado del centro en contra del federalismo, en contra de la secesión. Pero esa es otra historia. Una historia que incluye intereses del norte.
Lo que aquí nos importa es que las personas confían más en las estrellas de las telenovelas que en el Banco de México, la Suprema Corta y el Ombudsman juntos. Le tenemos más confianza a los mediocampistas que a los militares. Y no hablemos de los políticos ni los policías. Incluso el periodismo amarillista alcanza redención frente a los abusos de confianza.
Pero parece ser que hay un cambio, o eso nos dice la Ley: con las reformas que se ha suscitado empezamos a buscar nuestra Élite perdida en los jueces, magistrados y ministros. Le hemos otorgado nuestra confianza a la Constitución (o por lo menos la generación de los 60 nos logro meter la idea de los Derechos Humanos en la Cabeza) y la constitución le ha terminado de entregar la suya al Poder Judicial y la función jurisdiccional.
Pero, volvemos a los peros. ¿No es este otro movimiento fútil? ¿En realidad se han ganado los jueces nuestra confianza? Yo no lo puedo negar , algunos funcionarios del Poder Judicial lo han hecho: pero nunca la SCJN. Como los intelectuales, los jueces son otra clase con libros, que como dice Grabiel Zaid en 200paginas: De los Libros al Poder. Poder sin compromiso, a la Carlos Fuentes.
¿Tu a quien escogerías como Élite? Yo por el momento me quedaría con los que se quedan callados, esos me dan más confianza.
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Pd. Y si, para efectos de este ensayo no existe la Iglesia Católica. No existe porque nos abandonó abiertamente (sin luchar), y por eso fue tan fácil para Juárez despojarla de sus tierras. Si algo la mantenía aquí fueron los intereses económicos.