El problema ahora no es encontrar películas, sino depurarlas.
En esta Era de la información todo comentario es entendido como una encomienda. En vez de hacer alarde de los elementos intrínsecos de una película, o de cualquier expresión artística, tenemos que sustentar nuestros testimonios y sentencias frente a otras películas, o el mar de celuloide amenaza con ahorcarnos. Hay tantas cámaras prendidas, tantos discos sin abrir, y tantas butacas vacías que al hablar de cine lo tenemos que hacer discriminando. Ahora el perjuicio se ha convertido en un arte, un arte para depurar el arte. Un verdadero purgatorio. Por eso cuando quiero hablar de las películas de Jodorowsky debo empezar por decir que las producía un Beatle. Al final todo se trata de ganar adeptos, y subirnos el autoestima.
Por eso yo digo que la Montaña Sagrada vale la pena por una sola escena (anotación: énfasis en vale la pena). Una película muy fácilmente catalogada como lenta y extraña se apoya en un enorme fragmento de 1 minuto. No es la pelea de los sapos contra los camaleones que recrean la conquista de la Nueva España. Tampoco la escena de las torres de satélite pescando hombres con un anzuelo gigante. Ni siquiera los colores que parecen salirse de la pantalla: alguna vez en forma de globos, otra vez en forma de sangre color púrpura.
La película vale la pena por un enano sin brazos que patea un maniquí, descargando toda su furia mientras la Reina de las Armas lo observa por atrás, imperturbable. Ella es el tercero o cuarto (quizá incluso el 5) planeta. Y él tiene todo el peso de un siglo, con una revolución industrial y dos guerras mundiales, en las piernas. Un bípedo en todo el sentido de la palabra. Cansado de caminar sin sentido se detiene a destruir sin sentido. Aristóteles en su estado más puro.
Esta película es un poema enredado, un koan latinoamericano. El producto de un genio que supo pasar de la pantomima al tarot, del teatro nietzscheano al teatro con la Tigresa, del NewAge a la Montaña Sagrada. Y que en el proceso nos hace llorar mostrándonos una Ciudad de México que nunca existió, y que sin duda lo marco. Una película que no ha dejado de sorprenderme. Lo mejor que he visto en lo que va del año. Mejor que lo que he visto de Fellini. Mejor que Arma Mortal I, o por lo menos más peligrosa.
Lo único que nos prepara para ver esta película es la entrevista de Zabludovsky con Dali. No cabe duda que los hispanohablantes somos muy afortunados.